Me he embarcado en una excursión incierta. En mi trabajo actuel me han pedido que colabore con otro compañero en la elaboración de un periodico. Una publicación en la que se vuelquen los anhelos e inquietudes de quienes allí laboran, habitan e interaccionan. Y me he entregado a escribir como suelo hacerlo siempre; descuidando otros espacios, otras ocupaciones. Y a la vez me he entregado a recuerdo.
Hace años, en mi ciudad natal, me propusieron también compartir la oportunidad de crear, participar en la elaboración y dirigir otra publicación. Tenía 21 años y al mundo servido en un plato, a falta de comida. Unas ganas enormes y unos recursos inusuales al alcance. En mi ciudad; y por extensión en mi país, en el que soñar es realidad cotidiana, sentir una necesidad y escribir un lujo, en el 1992 estudiaba en una escuela Taller financiada con dinero español. Entre los muros del claustro de un convento del siglo XVIII, donde bajo cada piedra había un pedazo de historia lleno de garrapatas, cerca del mar y bajo el cuadrado casi perfecto del cielo recortado por el patio interior del claustro, surgió una publicación mensual que se titulaba ...Porqué!, y que tenía el inocente cometido de expresar lo que allí pasaba.
No voy a valorar si el mundo que nación entre aquellas cuatro paredes fue o no un espacio lleno de utopías. Para nosotros el claustro del convento del siglo XVIII, era una isla dentro de una ciudad al norte de una isla. Todos con hambre de escribir, de preguntar, de dibujar y de oir, con algo que decir, nos metimos en cada endija, en cada chisme, en cada conversación, e intentamos, sobre todo, meternos en la piel de cada persona que nos rodeaba y ser humanos, entre la inmensa carga humana que convivía junto a nosotros y de la que aprendíamos. En nuestra ilusión, nos olvidabamos del trabajo, de los horarios. Durante la comida, agarrabamos en pan con mortadella con la mano izquierda, mientras sobre la pierna derecha, sosteníamos con el bolígrafo una hoja de papel doblada en 8 partes para no perdernos detalle, de las palabras de Genaro o cualquiera de los otros albañiles, curtidos por los años, la experiencia y la labor. Metiamos la naríz en todos saraos. En la cocina, preguntandonos adonde iban los suministros cuando el pan llegaba duro y la leche parecía agua. En los almacenes, para preguntar porqué después de una tormenta desaparecían ciertos materiales, y en los despachos para saber, porqué no habían más actividades culturales.
Por las mismas razones que surgió, desapareció al mes justo de nacer. Eramos una burbuja llena de interrogantes, un raro compendio de entusiasmo y juventud, de raciocinio, razón y razonamientos, un caudal de curiosidad ilimitada.
Recordé y,evitando cometer nuevamente el error, hoy he vuelto a escribir. Son las 3:18 h del domingo. Y sigo con la misma curiosidad y hambre de hace más de 14 años.
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