sábado, 17 de mayo de 2008

Los conflictos de interés de Elpidio Valdés.



Misterio nº1

Estoy escuchando “Las Margaritas”, probablemente el mejor tema de Tierra en Trance, el mejor disco de Irakere. Recuerdo que cuando le escuche por primera vez tendría unos 8 o nueve años. Mi tío había resucitado un viejo tocadiscos de mi abuela, y lo había vestido con una carcasa de madera, acrílico y metal. Mi tío cuidaba el tocadiscos con celo; el mismo con que Frankestein cuidaba su monstruo. Yo solo podía acercarme lo suficiente como para ver como se deslizaba la aguja por sobre los surcos y nacía la magia de la música. Un día, sin que me viera, tomé uno de sus discos, y entre mis manos de niño; con los dedos largos como los surcos por donde se movían las agujas, supe que sería de mayor. Iba a ser tocadiscos.

Misterio nº2

Esta semana coloqué mi firma en un papel que dice que soy ciudadano de la República de Cuba y súbdito del Rey y la constitución española. La ceremonia fue rápida y sin glamour, como una violación, como cuando el estomatólogo te dice: “va a sentir un pinchacito, no te dolerá”, y sabes que va a ser necesario ese dolor para evitar un dolor mayor. Sonó un móvil. El politono era tan grosero que el juez levantó la cabeza y, colocó sus ojos de justicia sobre la audiencia: “Os ruego que apaguéis los teléfonos móviles mientras estéis en la sala. Gracias” (Palabra del juez). Llegado mi turno recité el juramento de fidelidad como un autómata. Antes de mi ya habían pasado 40 o 45 personas más o menos. De tanto escucharlo lo llevaba aprendido, cada inflexión, cada acento. Repetí el ritual y me fui a casa a esperar la trasmutación. Salí con una sensación de: nada… Mi piel siguió siendo negra, subí al coche y cuando maldije no me cagué en Dios.

Misterio nº3

Estoy en Cuba, pero mi habitación es bien distinta. Abro la ventana y es la noche. Aun no se ha escondido del todo el Sol, y estas son las duermevelas más jodidas que puede pasar un emigrante. Esas en que despiertas y no sabes en que cama duermes. Pero ahí están los viejos cristales; 6, ajedrezados, faltan dos, alternos. La ventana de jambas entreabiertas por donde el murmullo del mango arrulla un sueño cada vez más leve. Si levanto la cabeza (NO LA QUIERO LEVANTAR, ESTOY DORMIDO) puedo ver la mesita, los libros en el improvisado librero de palos mal clavados, el retrato del CHE a la izquierda (donde sino), y el arco y la flecha a la derecha. Tengo el sueño ligero como las alas del zunzún, por eso no puedo seguir describiendo lo que veo no sea que se desvanezca y se imponga la realidad. La realidad o el sopor en que me encuentro atrapado bajo la piel del General Resóplez y me despierto sobresaltado, empapado de lágrimas y sudor sobre los pechos turgentes de María Silvia. O en que firmo un papel mientras escucho a mi espalda un reggaetón en un móvil, y el juez con los ojos de justicia recuerda, por centésima vez que debemos estar todos apagados y fuera de cobertura y yo queriendo ser solo un tocadiscos, escapar, salir volando de regreso a mi país.