lunes, 23 de junio de 2008

El funeral

Con el cuerpo del Iyamba en capilla ardiente, sus consejeros preparaban el "nlloró". Los abakuas de las potencias vecinas, y los abakuas huidos por temor a las represalias del airado Iyamba ya cadáver, desempolvaron las pieles de leopardo que usaban para hacer la guerra, y sacaron de las esquinas de sus chozas sus lanzas herrumbrosas, aprestándose a regresar y recuperar sus tierras, sus cabras. Junto al cuerpo inerte había un silencio sepulcral. Guardaron como guerreros y en secreto la muerte de su jefe hasta que fue imposible ocultarla por más tiempo. Había demasiadas charlas a la sombra del baobab que flanquea la única entrada y salida de la aldea. Demasiados secretos a la orilla del río, donde se curaban las pieles, demasiados murmullos en los arrozales y entre los surcos. Se preguntaban por donde llegarían los de fuera a recuperar sus posesiones.

Por el camino polvoriento avanzaba el largo convoy de bestias cansada que traía a los guerreros exiliados, en carromatos destartalados, llenos de baratijas, cositas sin importancia, enseres sin utilidad, con que pensaban doblegar las defensas y, comprar voluntades al llegar al baobab. Nadie quería una batalla. Sus fuerzas menguaban y su ira concentrada se diluyó junto a la noticia del deceso del difunto. Solo en sus ojos un brillo de codicia y de revancha. El mismo brillo que les ayudó a sobrevivir lejos tantos años. En el pueblo redoblaron las defensas. Varios kilómetros por delante del árbol, un puesto de observación en medio de la sabana haría señales para alertar la llegada de la avanzadilla. Los oradores arengaron a la tribu, los adivinos profetizaron y los estrategas buscaron el modo de no perder lo que tanto esfuerzo había costado ganar. El consenso empezó a dejar paso a los argumentos más diversos, una junta de ancianos de todas las sensibilidades, ceder a cuestiones que no fueran de principios. En medio del desespero alguien propuso (¿para que?) momificar el cadáver..!

Los ánimos se iban caldeando. La sabana es un lugar tan vasto, tan lejano de todo, de todos, y el viaje fue preparado tan rápido, que al escasear los víveres y el agua, la calma acabó a medio camino. A dos días de recorrido no quedaba ni el ánimo de la partida. Los ojos viejos se llenaron de polvo al igual que las lágrimas, y los ancianos guerreros morían a medida que a lo lejos se empezaban a divisar la copa del árbol de su tierra prometida.

El cortejo fúnebre atravesó el centro del poblado y se internó en el bosque antecedido de el Íreme. A lo lejos la columna de polvo anticipaba el futuro. Las mujeres del pueblo, según la tradición, solo lloraban el cuerpo hasta el límite del camino donde; plantado desde tiempo inmemorial, el baobab vigilaba. Una nubecilla se levantó en la soledad de la plaza. Tras ella pasó una viejecita con una batea enorme en la cabeza, y una bolsa vacía en la mano, en busca de su hogaza de pan.

Gracias a A Cuban In London, por la idea y el último comentario.

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