Imagínate gritando al vacío. Nadie responde. ¿No hay mayor soledad? ¿Qué gritar si no hay respuesta? ¿Contra qué o contra quién rebelarte, si gritar es rebelarse contra la conformidad?
Podemos gritar contra la nada, nadie nos resta ese derecho, pero es la batalla más inútil de la vida. Lo aprendimos al gritar de desesperación cuando queremos aliviarnos el estrés, y lo han aprendido los fuertes para perdonarnos el acceso de cólera sin necesidad de aplastarnos. Gritar es un parto con cesária y sin anestesia.
Paseo por las calles. Los carteles electorales empapelan las esquinas con promesas tan falsas como el oro que perseguía Pánfilo de Narváez por las costas de la Florida. Las calles estarán llenas de ese espejismo hasta que el 27 se den los resultados electorales. Después cada quien a su rutina, y los de siempre a gritar. Los sin casa, jóvenes o viejos, extranjeros legales o ilegales, las mujeres, los enfermos y los enfermos mentales. Cuidarán tu calles hasta que lleguen las elecciones. Después lo de siempre. Venderá droga el camello y el promotor inmobiliario pisos a un precio ABUSIVO. Ganará el banco y el resto, a gritar. Gritará el jubilado al que la pensión le llevará al parque a alimentar a las palomas, y el niño al que su madre no puede cuidar porque cuida al hijo de otra madre. El conductor de autobuses y el que fue jubilado anticipadamente y a toda prisa porque su fábrica se declaró en suspención de pagos. Y gritará la asistenta y el que oposita y la china que vende cervezas a las 2 de la mañana en la calle Fuencarral.
Te prometerán el oro y el moro será deportado, y cuando huyendo de su injusticia tendrá una razón para gritar aún más fuerte. Gritará el senegalés, el ucraniano, Miguel el del bar, la cajera del Carrefour Express, el vigilante del MaxiDia y la profesora de la autoescuela. Gritarán Marcos, Marta, Javi y Chema y a su modo todos los que se sientan impotentes, todo el que no pueda más que gritar con toda la fuerza de sus pulmones. Gritarán bajito Jesus y Maria, Amparo y Lavapies. Gritarán las Glorietas de Embajadores y Carlos V todos los días en que por la mañana no se vaya a trabajar un ilegal. Gritarán los andamios de las obras cada vez que caiga un obrero, gritarán las aulas cada día que haya un abuso. Gritarán los accesos al tren de cercanía y la calle Miguel Servet llena de ropaviejeros, camabalacheros, truequistas y ladrones, y gritarán en la planta de abajo de los despachos y en la junta municipal y en las sucursales bancarias de los barrios.
Solo espero que ese grito sea lo suficientemente fuerte y nos despierte a todos de una puta vez.
Podemos gritar contra la nada, nadie nos resta ese derecho, pero es la batalla más inútil de la vida. Lo aprendimos al gritar de desesperación cuando queremos aliviarnos el estrés, y lo han aprendido los fuertes para perdonarnos el acceso de cólera sin necesidad de aplastarnos. Gritar es un parto con cesária y sin anestesia.
Paseo por las calles. Los carteles electorales empapelan las esquinas con promesas tan falsas como el oro que perseguía Pánfilo de Narváez por las costas de la Florida. Las calles estarán llenas de ese espejismo hasta que el 27 se den los resultados electorales. Después cada quien a su rutina, y los de siempre a gritar. Los sin casa, jóvenes o viejos, extranjeros legales o ilegales, las mujeres, los enfermos y los enfermos mentales. Cuidarán tu calles hasta que lleguen las elecciones. Después lo de siempre. Venderá droga el camello y el promotor inmobiliario pisos a un precio ABUSIVO. Ganará el banco y el resto, a gritar. Gritará el jubilado al que la pensión le llevará al parque a alimentar a las palomas, y el niño al que su madre no puede cuidar porque cuida al hijo de otra madre. El conductor de autobuses y el que fue jubilado anticipadamente y a toda prisa porque su fábrica se declaró en suspención de pagos. Y gritará la asistenta y el que oposita y la china que vende cervezas a las 2 de la mañana en la calle Fuencarral.
Te prometerán el oro y el moro será deportado, y cuando huyendo de su injusticia tendrá una razón para gritar aún más fuerte. Gritará el senegalés, el ucraniano, Miguel el del bar, la cajera del Carrefour Express, el vigilante del MaxiDia y la profesora de la autoescuela. Gritarán Marcos, Marta, Javi y Chema y a su modo todos los que se sientan impotentes, todo el que no pueda más que gritar con toda la fuerza de sus pulmones. Gritarán bajito Jesus y Maria, Amparo y Lavapies. Gritarán las Glorietas de Embajadores y Carlos V todos los días en que por la mañana no se vaya a trabajar un ilegal. Gritarán los andamios de las obras cada vez que caiga un obrero, gritarán las aulas cada día que haya un abuso. Gritarán los accesos al tren de cercanía y la calle Miguel Servet llena de ropaviejeros, camabalacheros, truequistas y ladrones, y gritarán en la planta de abajo de los despachos y en la junta municipal y en las sucursales bancarias de los barrios.
Solo espero que ese grito sea lo suficientemente fuerte y nos despierte a todos de una puta vez.
1 comentario:
Gritos silenciosos, gritos estruendosos, todos son gritos y a veces nos salen del corazón con tanta fuerza, que terminamos agotados al ver, si cabe, que nada de lo dicho ha tenido valor. A veces da igual susurrar o gritar susurrando, a veces da igual quedarse mudo o gritar para tus adentros, a veces da igual y pocas son las que no lo da, sin embargo, tenemos que seguir luchando por aquello en lo que creemos, porque el día que dejemos de hacerlo, moriremos en vida, así que quizás nos siga valiendo la pena quedarnos roncos de alma y de voz, mientras sigamos en el camino en el que creemos. Gracias por compartir tus palabras.
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