martes, 1 de mayo de 2007

El encanto de las cosas muertas


A veces, mientras viajas despreocupado por la Linea 1 de metro y alzas la vista, con suerte podrás ver la estación de Chamberí, entre Iglesia y Bilbao. Puedes saberte privilegiado. Yo lo fui. Esquiva y desahuciada pocas veces da la cara. Cómo tesoro olvidado del suburbano tiene esas cosas; sorprende a quien no la busca, asombra 41 años después de su cierre definitivo.


Imagina un reloj antiguo. Uno de esos de pared que había en casa de tu abuela. Y ahora imaginate que estas dentro de esa casa de los horrores, esa que tiene todo el mundo en algún lugar de la memoria. Imagina ver los objetos tal cual quedaron el día en que el reloj dejó de funcionar. 41 años más tarde el tiempo es el mismo tiempo, solo que la prisa de su paso no repara en el polvo que se asienta sin descanso en los tornos, las sillas y los carteles publicitarios, en el billete usado que descansó por fin sobre el suelo de cara a la cabina del jefe de estación.


Chamberí yace en el mismo sitio, entre el espacio y los minutos desde que en 1966 sellaran para siempre la estación. Pero, ¿de verdad alguien pensó que clausurandola al cal y canto, iba a morir? Cosas de la vida, el recuerdo se cubrió de polvo, tiempo y misterio, y sobrevivió en una leyenda urbana, una película y una canción de "Los Coyotes". Es el encanto de las cosas muertas: son más atractivas cuanto menos manifiestas.

1 comentario:

Marta dijo...

A veces, aquellas cosas que llamamos muertas, sólo lo están en una parte de esto que protagonizamos, que es la vida. Quizás, lo bonito sea que, a pesar eso, hay otra parte que se empeña en permanecer en nosotros, y que por otro lado, también nos preocupamos de que así sea, es la parte que le da la vida a eso que muchos creen muerto. Y así, está un todo, complejo pero significativo, porque y quizás, sólo a lo mejor, la muerte de una estación de metro es algo que ha servido para que su parte viva continue en nosotros, como otras muchas cosas.