jueves, 26 de febrero de 2009

El sindrome de Cassandra.


Puede que el termino exista. Es posible que designe algo totalmente distinto e incluso que si designa lo mismo que aquí explico, lo expondrá de una manera diferente. Normalmente, el perfecto que hay en mi se habría lanzado a buscar coincidencias en Google. No lo descarto, pero ahora no.

La persona que padece de este síndrome lleva una venda en los ojos. No es ciego, ningún Dios escupió su boca, pero cree ver el futuro y profetiza. Y como todo profeta que se precie, augura un desastre. En realidad no hay quien les quite la suerte de tener razón en algunas ocasiones, pero es que los humanos sentimos una morbosa predilección hacia las cosas que deben salir mal porque no hay más remedio. Así que, por ejemplo, si hoy el horóscopo dice que va a ser un mal día, el mundo se confabulará para que así sea. Buscará las pequeñas señales que le confirmen que así será. Contará cuantas veces le empujaron en el metro y cuanta caca de perro hay en acera y no debe pisar. Se quejará por la cara de perro de su jefe o de las personas que no son serias en su trabajo, capaces para su puesto o, que se quedan las cosas que le presta. Al final lo que predijo el augur, se cumple por fuerza de perseguirlo continuamente.

Cuando esto se vuelve una actitud ante la vida, quien padece el síndrome de Cassandra ve a través de su venda un mundo triste; no digo negro, sino tremendamente triste. Augura, y lo peor es que augura al corazón de las personas, a la parte menos racional del ser humano. Allí planta un germen que luego se transforma en miedo y más tarde en inacción. "No vas a ser capáz de salir solo adelante, vas a necesitar siempre de alguien, no vales ni el polvo de tus zapatos", y lo peor. Grabado este mensaje, ya no quedan esperanzas.

Por lo tanto, el agorero se encargará de ir contra de todo aquello que no confirme en sus augurios. Matará no solo su imaginación sino cualquier atisbo de imaginación posible a su alrededor. Nada que no reafirme sus predicciones es digno de tomarse en cuenta. Todo falla y nada es bueno si es alternativo, intento distinto al suyo, variación o variante.

Solución:
Prestale atención. No les interrumpas. Llega un punto en que tienes inevitablemente que preguntar. No vales nada, ¿porque?, preguntas medio desconcertado. Podrán decir que ello lo saben, que te conocen como si te hubieran parido, que nunca has demostrado nada, que eres una nulidad; ¿pero nunca, nunca? ¿pero eso crees? ¿eso opinas, de verdad? Y no tendrán respuesta. Porque los augurios, no son más que eso a la larga, opiniones que se han repetido en una eterna espiral, y que al mínimo contratiempo se deshacen, inconsistencias que no llevan a nada, que a ningún lugar llegan, y que nada significan sin el profeta que las sustenta.

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