Me tuve que educar para no decir tu nombre en sueños,
y ahora tengo que educarme para olvidarlo.
Ahora justamente que tu nombre - necesito - me acompañe,
ahora que adopto la actitud del mendicante;
ahora, que decir tu nombre no era ni pecado, ni dolor, ni una molestia.
Tuve que educarme para que tu voz no fuera
la pira bautismal o el sacrificio de mi carne,
el alfa o el omega de mi cuerpo,
el principio y el fín del hasta siempre.
Tuve que educarme,
pero una vez que calaron en mí tus pupilas,
las letras de tu nombre se volvieron gotas de recuerdo
insensibles e indelebles.
Tuve que educarme.
Tengo que educarme
hasta remover el endeble espacio que me soporta
cuando ya ni me soporto yo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario