Ayer tarde, entre la tele y la respiración pausada y tranquila de Vanesa, actualizaba mis contactos y visitaba alguna página en Internet. Hasta aquí todo normal. Decidido como estaba a utilizar mis últimas horas de vacaciones poniendo al día todo lo atrasado, me acerqué a mi blog. Tres meses sin escribir en lo que llegué a considerar el buque insignia de mi armada de retóricas. La última entrada ¿Donde me pongo?, sigue allí, mirándome con reproche. Y al final de los comentarios, uno nuevo de enero, no recuerdo bien el día. Pensé: “Alguien me hace caso. No esta mal para un blog sin pretensiones”. Pues fue aún mejor. José Tadeo es un amigo de hace lo menos 15 años. En 1993 yo tenía una novia. Él era su amigo por esa época, de ahí lo conozco. Creo que actualmente siguen siendo amigo, porque entre otras cosas, él es originario de Santa Clara, la provincia de la que Maylen es.
José Tadeo me conminó a escribir. Y yo escribo sin saber bien por donde empezar. Hay tanto hilo en el ovillo que no sé por donde desmadejar la madeja.
José Tadeo, Maylen y el que escribe, estabamos al final de la adolescencia en aquellos años de tormenta. Maylen y yo eramos además los reyes de un país que inventamos solo para nosotros. No había allí más reglas que las nuestras. O al menos para mi no habían otras reglas. La esquina de la Casa de las Américas, el balcón del edificio de F y 3ra, la cama desvencijada de casa de mis padres, todas esos lugares eran nuestros, formaban parte de nuestra existencia, hacían las veces de sitios de encuentro y posada. No había limites, ni temor porque no existía el miedo y todo era posible. Soñar era posible, cambiar era posible, tener decepciones, ver dragones, experimentar. En medio de la prohibición todo estaba permitido. La Habana se había quedado sin secretos gracias a esa alquimia rara en que mezclábamos fantasías con fantasmas, realidades paralelas con poesía y canciones. Podía alcanzar lo imposible y juguetear con él entre mis manos, solo porque tenía a la mujer que amaba a mi lado y el primer amor alojado dentro del pecho. Era feliz. O al menos ese era mi espejismo. Casarnos a los 4 meses de habernos conocido. Tener niños y ponerles nombres imposibles como Andresito, no? ¿Que fue lo que pasó entonces? Recordar 15 años no es fácil, sobretodo si en un empeño por borrarlo todo, lo borraste todo realmente. Todo saltó por los aires; ese el resumen. Después de un verano por Santa Clara todo se fue a la mierda por nuestra cobardía, como decía José Antonio Méndez. ¿Y porque escribo ahora esto? Porque quiero hablar del AMOR, y porque me pediste que escribiera, Tadeo.
Amar no es solamente construir, es construir sobre cimientos. El amor al principio es una idea, un proyecto que busca que lo piensen, lo delineen, lo pongan negro sobre blanco y lo dejen impreso en el papel, como un contrato. Pero si se queda en proyecto, acaba. Pasa como esas buenas ideas que si no se hacen realida y se vuelven yermas como un solar, sucias y viejas, y ya no apetece seguir con ellas, y a pesar de los esfuerzos no va resucitar. Se pueden buscar miles de justificaciones. El miedo es lo que tiene, nos lega al menos, el consuelo de intentar justificarnos. Es una salida, retorcida a veces, pero para mi que no soy la persona más valiente del mundo, al menos en el tema del amor, una salida y como tal válida. Ya ni siquiera pienso en un final alternativo del estilo: ¿Que hubiese pasado si...? Cuando se muere el amor, no hay ni elucubraciones, ni futuro ficción. Cuando muere un amor de estos ni siquiera hay duelo porque no se puede velar a un embrión, a un nonato. Se realiza el aborto y el feto, una vez diluido por el tiempo es arrojado a la basura.
Me preguntarás, Tadeo, a que se debe este rollo. A nada, me hiciste recordar a la mujer que más amé en los 90 y que más me hizo sufrir.
Eso es todo
1 comentario:
Querido amigo:
Para mí ha sido un placer conversar y despertar en ti todos estos recuerdos. Seguiremos en contacto. Un abrazo:
Tadeo
Publicar un comentario