jueves, 5 de abril de 2007

Sales de fruta y saludos

Sales una mañana a por frutas y te encuentras con que la gente se ha convertido en zombis. Esto a mis vecinos madrileños no sé que les parece. Van siempre en su burbuja, atareados, royendo su mundo y murmurando. Pero yo vengo de fuera, soy uno de los causantes de que el 10% de la población de esta "capital" sea extranjero, sudaca, moro, negro, chino, del "este", cubano (como es mi caso), en una plabra, inmigrante. En esta estadística no incluyo a los extremeños, andaluces, castellanos diversos, euskarras, astures, gallegos, levantinos, catalanes, e isleños, que son el reflujo migratorio natural de este país, (se tiende a emigrar internamente de la periferia al centro y, una vez ahí, a olvidar que se es emigrante, con mucha facilidad)

Pero al grano. Sales a por fruta, te bajas aún con la resaca de la noche, dices buenos días y nadie te responde. Te cruzas con quien, escasas horas antes estabas hablando, remendando el mundo entre humo y alcohol, le reconoces por las gafas oscuras que esconden su rostro de los rigores del sol de invierno y el cansancio, y pasa por tu lado sin alzar la vista del piso. Saludas tres veces más, a la chica de la farmacia que se da la vuelta dejándole el brazo suspendido y en alto, a la de la panadería que mira con cara de no tener amigos desde la primaria, y por fin te responde Rafa. Rafa hace cierto el dicho de estar más colgado que el limpiacristales de Torre Europa, pero debido a eso; creo yo, es el único ser humano es Madrid que si le saludas te devuelve el saludo.
Yo pensaba que saludar con efusividad y afecto era un mal latino, lo mismo que el requiebro era de Madrid y "la española cuando besa es que besa de verdad". Pero eso no deja de ser un mito en mal estado y manido. Saludar no tiene fronteras, nacionales o sociales, y además es saludable y me lo demuestra Rafa. Si le saludas te suelta una retahíla y no te deja ir hasta que termina. Y justamente eso es lo sano. Rafa me ha enseñado que el tiempo que inviertes en un saludo, en detenerte y hablar sin prisas no es tiempo perdido sino tiempo empleado. Cuando salgo por las mañana y nadie responde a mi saludo sé que yo he empleado unos minutos de mi tiempo para comunicarme, y otros en cambio, han perdido el suyo en hacer que no me ven.

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